Cubierta de la obra publicada con motivo de la celebración de Versos a Oliegos 2022, en la que aparece el contenido de la presente entrada. |
EL ORÍGEN DE CUENTOS EN DIALECTO LEONÉS
Con el paso del tiempo la tercera edición de Cuentos en dialecto leonés en la que colaboraron varios miembros de la familia Bardón, terminó por convertirse en una obra de referencia para los curiosos y estudiosos de las lenguas del noroeste peninsular. El origen de dicha obra se encuentra en la correspondencia mantenida entre D. Emilio Bardón Sabugo y el presidente de la Real Academia Española, D. Ramón Menéndez Pidal, quién estaba interesado en los vocablos empleados en la Cepeda y por ello redactó algunos cuestionarios a los que respondió el anterior. Con posterioridad, el creador de la escuela filológica española solicitó a D. Emilio un cuento popular para reflejar con exactitud y fidelidad la pronunciación, las formas verbales y los giros, pero esta labor, ya la llevó a cabo su sobrino.
Hijo de Cayetano e Isabel, Emilio Francisco Bardón Sabugo nació en Quintana del Castillo en el año 1852, y está considerado el impulsor del proyecto del pantano de Villameca que sepultó Oliegos para que varios pueblos de la Cepeda y otros no pertenecientes a la comarca pudieran beneficiarse de la riqueza que generaría la nueva infraestructura.
Así pues, D. Emilio se encuentra en la génesis de estas dos obras pero ahora no centraré la atención en el pantano que anegó a Oliegos sino en Cuentos en dialecto leonés, donde el cepedano, firma como un fulgacián.
Precisamente, a él se dirige su sobrino D. Cayetano Álvarez Bardón en un apartado que lleva por título “A un fulgacián”. Cayetano A. fue quién se encargó de escribir algunos cuentos, y estos, finalmente sirvieron para preparar una primera edición de la obra en el año 1907. En 1920 llegaría la segunda, y alguna década más tarde, la tercera.
CAYETANO BARDÓN EN QUINTANA DEL CASTILLO
Aunque Cayetano A. Bardón había nacido en Carrizo de la Ribera, pasaba temporadas con sus parientes en la casa familiar de Quintana del Castillo desde pequeño. Y en fin, como el mismo escribe, cuando era un rapacín y no le dejaban salir porque hacía mucho calor, se escapaba por la gatera y se dirigía ancá de la Tía Raimunda, es decir, a la casa que estaba enfrente de la suya y en la que vivieron hasta los años ochenta del pasado siglo los hermanos Emilio y Teresa Arias, de quienes aún conservo entrañables recuerdos. Dichos hermanos eran nietos de la Tía Raimunda y tengo constancia de ello desde entonces, ya que tras haber leído en la edición de Nebrija el apartado titulado “A un fulgacián”, un día de verano —cuando Emilio ya había fallecido— acudí hasta su casa para hablar sobre este asunto y Teresa me lo confirmó. Mucho tiempo ha pasado desde mis paseos matinales con Emilio, las fresas de Teresa y las visitas diarias a su casa, pero mi corazón no olvida. Por eso, allá donde estéis, vuestro recuerdo siempre me acompaña. Por cierto, a Emilio Arias le pusieron ese nombre en recuerdo de D. Emilio Bardón, que como Cayetano y otros niños, encontró entretenimiento y felicidad ancá de la ti Ramúnda.
Pero volviendo sobre el mencionado apartado conviene destacar que Cayetano A. debió cometer un error inconsciente al anotar el nombre de la fuente que allí aparece, ya que tras escribir sobre la fechoría que algunas veces hacía en casa de la Tía Raimunda, añadió: “y outras, divame cunoutrus del mi tiempu, a bebeis la lleichi a lus odres de la fuent’ el Burru”. Así puede leerse en una segunda edición corregida y aumentada que la imprenta diocesana sacó a la luz en León el año 1971: los lectores más interesados pueden consultar un ejemplar de esta edición en la biblioteca regional Mariano D. Berrueta.
LA FUENTE EL BURRU Y LA FUENTE LA CORTINA
Sin embargo, la tercera edición ya se había publicado alguna década antes, y en ella, la fuente El Burru fue sustituida por la fuente La Cortina. Todo apunta a que el cambio debió producirse como consecuencia de un error de Cayetano A. (1877-1924), pues las dos fuentes estaban relativamente cerca de la casa familiar en la que pasaba temporadas desde su niñez. Acaso, la confusión se originó cuando era un rapacín y esta viajó durante años por su memoria, hasta que finalmente, la plasmó por escrito.
Tal vez su corta edad y la temporalidad de sus estancias en Quintana le impidieron discernir con claridad, y pasado el tiempo, se equivocó al anotar el nombre de la fuente a la que llevaban los odres. Pero las fuentes nunca ocasionaron confusión a los vecinos del lugar, y de hecho, Teresa también me explicó que la fuente La Cortina se utilizaba para enfriar la leche y que se encontraba en La Llama de la Cortina.
Por lo tanto, teniendo en cuenta su localización, el pequeño Cayetano A. podía ir a esta fuente por dos lugares diferentes: por El Couso, a través de un sendero que había entre unas tierras de centeno, o con menos posibilidades de aventura, por la calle La Cortina. En dicha calle se encontraba la casa de la familia Bardón y esta pudo ser la ruta seguida en la mayor parte de ocasiones pues la orografía y el trazado eran mejores. Caminando por ella unos doscientos metros el pequeño Cayetano podía llegar hasta la fuente El Burru, pero antes, a la altura de un horno, partía un desvío hacia la Cuesta de la Iglesia. Este último tramo era ascendente y tras avanzar algunas decenas de metros había que girar hacia la izquierda para llegar hasta La Llama de la Cortina, zona, en la que se encontraba la fuente a la que llevaban los odres.
Por lo que se refiere a la fuente El Burru, conviene aclarar que estaba en un prado y no hay constancia de que se haya utilizado alguna vez para enfriar la leche. En verdad, no existe memoria de ello. El prado pertenece en la actualidad a María Elisa Magaz y anteriormente a sus padres. Y precisamente a estos se lo alquiló durante algunos años mi abuela Concha Pérez Menéndez, allá por los años cincuenta del pasado siglo, para que mi madre acudiera a él con las vacas. Era un prado que estaba cerca de casa y además bien cerrado, por lo que las vacas estaban tranquilas y mi madre, que aún era pequeña, podía cumplir con su labor sin ningún riesgo o dificultad. Pasados algunos años, cuando María Elisa y Leonardo Álvarez construyeron la casa en la zona de La Era, tomaron agua de este prado para su vivienda.
Pero el tiempo ha pasado y ya no brota el agua en ninguna de las dos fuentes. En el presente, causa tristeza comprobar cómo la fuente La Cortina ha quedado cegada y sepultada tras una obra de acondicionamiento viario, si es que así se puede llamar, a la bruta labor que entonces realizaron.
Ahora, aunque ninguna de las dos fuentes mana y ya hace bastantes años que dejaron de estar en uso, la localización de los espacios que ocuparon aún resulta fácil para algunos habitantes de la zona como Ángel Arias Martínez, quien por cierto, tiene parentesco familiar con Cayetano Bardón Martínez, el padre de D. Emilio. Sin embargo, el tiempo pasa rápido y cada vez son menos las personas capaces de señalar con exactitud sus respectivos emplazamientos. Es por ello, que me pareció conveniente tratar este tema e intentar preservar su memoria. Era necesario poner en valor las dos fuentes dando a conocer sus menciones bibliográficas, las localizaciones aproximadas y por supuesto, la información más elemental. En fin, espero que este breve apunte para Versos a Oliegos sea útil y sirva para que cualquier persona pueda visitar estos dos entrañables lugares, pues ya forman parte de la memoria etnográfica de Quintana del Castillo, y gracias a Cuentos en dialecto leonés, también de nuestra lengua.
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